Castillo de Clavijo |
Resulta
altamente curiosa, la trasformación que se produce sobre el Apóstol Santiago.
De ser un enviado para predicar la paz y concordia evangélica a montar sobre
blanco corcel desde el que ulva blandiendo su demoledora espada contra el infiel
musulmán. Todo esto está motivado por la necesidad de "animar" a la
población a luchar contra los musulmanes, no desde el punto puramente defensivo
que tan malos resultados dio, sino como un acto iniciático y trascendente. Esta
era la respuesta que hacía falta frente al espíritu de guerra santa con la que
luchaban los musulmanes y que les conseguía el Paraíso.
Santiago "matamoros" |
El
cambio de este Santiago Apóstol a Santiago Matamoros se produce en Clavijo,
legendaria batalla de 834, ganada por Ramiro I a las huestes de Abderramán II y
que seguramente nunca se produjo. La aparición de Santiago al Rey, su
participación en la batalla a lomos de blanco corcel y la liberación del
tributo de las cien doncellas, son de los más bellos episodios de la historia
mágica de España. A dieciocho kilómetros de Logroño, se levantan, sobre una
desafiante y soberbia roca, una de las ruinas más entrañables y emblemáticas de
este hecho: las del Castillo de Clavijo.
Cuenta
Juan G. Atienza en su libro LA RUTA SAGRADA lo siguiente sobre este hecho:
...........En
estas circunstancias, el monaquismo cluniacense captó la necesidad de
involucrar al pueblo en un ideal de Cruzada inexistente en sus inicios. Y, ante
la perspectiva de que muchos cristianos encontraran incluso más cómodo vivir en
la España islámica, que era respetuosa con sus creencias, se lanzó a buscar
desesperadamente la intervención de algo sagrado que pudiera arrastrar a los
remisos mediante la publicidad de un milagro guerrero, al que seguirían otros
del mismo corte, todos ellos capaces de evidenciar la presunción de que los
cielos cristianos estaban de parte de aquella masa de godos fugitivos
enfrentados al islam y a la protección infernal que les proporcionaba la fe en
el Profeta. Se inventó el "otro" Santiago, el Matamoros, que se
expandió rápidamente en una perfecta campaña propagandística. Así lo cantaría
el poema de Alfonso Onceno, plasmando las quejas del rey don Juçaf de Granada
después de la batalla del Salado (1340):
Santiago el de España.
los mis moros me mató,
desbarató mi compaña,
la mi seña quebrantó...
Santiago glorioso
los moros fizo morir;
Mahomat el Perezoso,
tardo, non quiso venir
Y
así lo había proclamado la decisión apócrifa que le atribuyeron tardíamente al
rey Ramiro 1, cuando, tras la inexistente batalla de Clavijo, dicen que
promulgó el decreto que habría de convertirse en símbolo de una España atada de
por vida al patronazgo de un Santiago matarife inventado por el monaquismo
militante de Cluny: ". . . ordenamos por toda España e hicimos voto,
que se ha de guardar en todas las partes de España que Dios nos conceda librar
de los sarracenos por la intercesión del Apóstol Santiago, de pagar
perpetuamente cada año a manera de primicias de cada yugada de tierra una
medida de la mejor mies, y lo mismo del vino, para el mantenimiento de los
canónicos que residen en la iglesia del bienaventurado Santiago y para los
ministros de la misma iglesia".
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